MADRID, 4 Ago. (INFOSALUS) -
Los callos y las durezas son endurecimientos de la capa epidérmica más externa de la piel y los pies no tienen por qué tenerlos. Su existencia es indicativo de que algo le pasa al pie. Cuando ocurre es por una presión interna, un hueso o articulación que presiona en exceso, o externa, por un calzado o suelo que al impactar sobre el pie lo daña.
Según explica a Infosalus José Manuel Ogalla, presidente del Colegio de Podólogos de Cataluña y profesor de la Universidad de Barcelona, se trata de queratopatías en las que las células de la piel entonces se hacen duras y la piel se hace más gruesa ya sea por una prominencia ósea, un defecto en un dedo o caminar mal y ejercer más presión en una parte del pie.
Estos problemas de la piel o queratopatías se clasifican en tres tipos principales: el heloma, patología de la piel con núcleo (se ve como un ojito); las durezas, engrosamiento de las capas externas de la piel (hiperqueratosis); y el tiloma, una dureza pequeña de la piel, que es una versión intermedia en extensión.
Los síntomas son visibles en el pie, la piel se vuelve más seca, más gruesa y toma un color amarillento al queratinizarse las células de la epidermis. La dureza puede provocar dolor y cuando se trata de un heloma, quienes lo padecen refieren tener la sensación de tener una piedra clavada. Además, alrededor de la dureza existe una zona inflamada, enrojecida, eritematosa por el cambio de la piel.
"Todos estamos predispuestos porque el calzado influye, si es rígido, estrecho, poco anatómico, se producen rozaduras y fricciones. Además, si existen deformidades como dedos en martillo o juanetes existen presiones internas de los huesos contra la piel. Si la pisada no es neutra sino que se acentúan las presiones en la parte externa o interna del arco (pisada prona o supina) estos efectos se intensifican", explica Ogalla.
Existen además trabajos o aficiones que pueden llevar a pasar muchas horas de pie o con un determinado calzado, como en el caso de los zapatos de seguridad y rígidos que se emplean en ciertos oficios.
Las complicaciones se pueden presentar si existe alguna alteración sistémica como la diabetes o los problemas circulatorios. Se puede producir una infección o bursitis, un acúmulo de líquido por debajo de la callosidad que ocasione un absceso. Esto puede ser más habitual en mayores con diabetes o arteriosclerosis y puede, en casos extremos, conducir a una infección grave que requiera incluso la amputación del pie.
¿CUÁNDO ACUDIR AL PODÓLOGO?
"Cuanto antes mejor, ya que las durezas son consecuencia de otro problema, si quitamos las durezas o el callo con cuchillas, limas, fármacos sin receta, volverá a aparecer y agravado ya que hay que buscar la causa", apunta Ogalla.
Por ello, el profesor señala que cuando se detecta una dureza o callo hay que ir al podólogo para que realice un estudio de por qué está ahí. "Se quita la callosidad pero también se corrige la causa para que no vuelva a aparecer porque si sólo lo quitamos agravamos el problema".
Así, los pasos que seguirá el podólogo serán:
* Valorar el tipo de callosidad, si es una dureza, heloma o tiloma, algo que se determina entre otros aspectos por el grosor que toma la piel. La dureza se trata con hoja de bisturí y se recomiendan cremas hidratantes para restaurar la suavidad y elasticidad a una piel gruesa, dura y poco flexible.
* Realizar un estudio de la zona, si se encuentra en la planta o el dorso, etc.
* Determinar la causa, si es en el dorso de un dedo en garra hay que examinar si este dedo es flexible aún, reductible o no y establecer un plan de tratamiento que puede pasar por preparar plantillas o siliconas individualizadas o incluso la cirugía del defecto óseo que ocasione la dureza.