MADRID, 9 Dic. (INFOSALUS) -
El autismo es un trastorno neuropsicoafectivo crónico que afecta a la capacidad para la comunicación y el lenguaje y que produce dificultades en las relaciones sociales. El comportamiento de los pacientes puede ocasionar grandes limitaciones y dificultades en los ámbitos médico, social, familiar y educativo.
El acrónimo de TEA se refiere a 'Trastorno del Espectro Autista', una acepción que pretende recoger la innumerable variedad de personas que se encuentran en un continuo de afectación muy variable según sus síntomas y funcionalidad se presenten en menor o mayor medida.
Según explica a Infosalus el doctor David Fraguas, psiquiatra de Unidad de Tratamiento Médico Integral de los pacientes con autismo (AMI-TEA) del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de la Comunidad de Madrid, en el diagnóstico de los TEA intervienen tres grandes grupos de síntomas asociados al lenguaje y la comunicación, la interacción social y los aspectos conductuales, aunque los criterios actuales para la investigación engloban ya los dos primeros dentro de una única categoría.
En el ámbito del lenguaje y la comunicación las personas con autismo pueden, desde el extremo de la gravedad, no disponer en absoluto de lenguaje, o en una menor afectación tener sólo dificultades específicas y presentar problemas en su uso comunicativo.
En el caso de las anomalías en la interacción social, se hace referencia a las capacidades de la persona para relacionarse con los demás e interesarse por el mundo social. En este sentido, los problemas pueden aparecer con cuestiones como la falta de manejo de los códigos sociales implícitos que lleva a reacciones inapropiadas para el contexto social en estas personas.
Finalmente, en lo que se refiere a las conductas, las personas con autismo pueden presentar conductas estereotipadas que se repiten una y otra vez sin finalidad aparente, intereses muy restringidos y en los casos más graves y menos habituales autolesiones o agresividad derivada de la frustración o cambios en la rutina.
"Estas tres dimensiones nos permiten establecer las necesidad escolares, en el hogar y en el ambiente extraescolar", señala el psiquiatra.
Aunque los datos del Instituto de Salud Nacional estadounidense indican que la prevalencia de los TEA puede ascender hasta un 1,1% de la población general (1 caso por cada 88 niños), Fraguas considera que, dada la variabilidad en los resultados de los estudios epidemiológicos, todavía son necesarias más investigaciones en este campo para conocer la verdadera prevalencia del autismo en cada región.
"También está en revisión la incidencia entre géneros, que si bien se considera de 4 a 1 en relación al número de casos en varones por cada caso femenino, las diferencias de manifestación clínica entre niños y niñas podría condicionar un infradiagnóstico en mujeres", apunta Fraguas.
El diagnóstico debería realizarse de forma ideal antes de los tres años pero el alto funcionamiento de algunos de los casos puede llevar a que este diagnóstico se produzca más tarde, alrededor de los 5-6 años.
"El principio que rige en el tratamiento es aportar para conseguir la mayor integración y la mejor calidad de vida posibles. Ello, por supuesto, minimizando el perjuicio de las intervenciones médicas, es decir, limitando el uso de la medicación y de pruebas complementarias a los casos y situaciones que así lo exijan", señala el psiquiatra.
La intervención en el ámbito educativo debe adaptarse a las necesidades de cada niño, enfatizando la importancia de evitar las malas experiencias escolares que aumentan el riesgo de complicaciones, como depresión, ansiedad, incluso en los más pequeños, o fracaso escolar.
"En lo que se refiere a la familia, lo más importante es orientarles sobre cómo atender a las necesidades específicas de su hijo, qué pueden esperar y liberarles así de miedos y ansiedades, en la medida de lo posible", apunta Fraguas.
Aunque no se puede tratar el autismo como tal sí se tratan los síntomas asociados si se dan, como ansiedad, depresión, hiperactividad o trastornos de la conducta, pero existen muchos casos en los que no son necesarios los fármacos gracias a un buen diagnóstico y a un buen manejo del TEA.
SEÑALES DE ALERTA PARA LOS PADRES
Fraguas apunta que existen una serie de indicios que padres, pediatras y personal del ámbito educativo deben tener presentes para detectar posibles casos de TEA de forma precoz, ya que cuanto antes se realiza el diagnóstico más pronto se puede intervenir y mejor es la evolución en el niño.
Los indicios a los que se refiere el psiquiatra se basan en los hitos del desarrollo en las distintas etapas evolutivas del niño y a la ausencia de determinadas conductas que indican un posible retraso en el desarrollo y una sospecha de TEA.
"Esto no significa que descubrir una de estas señales de alerta constituya en sí una señal diagnóstica, ya que en la gran mayoría de los casos no se tratará de autismo pero sí es conveniente que se consulte con el pediatra o el personal enfermero para que se realicen las comprobaciones oportunas dentro de las evaluaciones generales de los 12, 18 y 24 meses", aclara Fraguas.