MADRID, 1 Nov. (EUROPA PRESS) -
El duelo por la muerte de ser querido se considera superado cuando la persona se siente afortunada por haber compartido la vida con el fallecido, según ha informado el miembro del Equipo de Investigación, Formación e Intervención Psicológica de la Universidad Miguel Hernández (Alicante), Miguel Bernabé, con motivo de la celebración del Día de los Difuntos.
"Es un proceso normal que nos prepara para vivir sin la presencia física de esa persona y con la que tenemos un vínculo afectivo a ella. La intensidad y la duración del duelo, depende de diversos factores como las circunstancias de la muerte, la edad o la existencia o no de conflictos son algunos de los que más influyen, que suele ser, en circunstancias normales de 2 años", ha argumentado, por su parte, la doctora en Psicología de la Universidad Miguel Hernández, Mª José Quiles.
Y es que, durante el proceso del duelo, las personas suelen experimentar varias etapas. En primer lugar, se produce una fase de 'shock', en la que el principal reto es aceptar la realidad de la pérdida; posteriormente suele venir una etapa de "rabia" donde es común el sentimiento de "desamparo y dolor", unido a problemas de "insomnio, pesadillas o baja autoestima"; a esto le sigue una etapa de desesperanza, que es cuando se empieza a ser consciente de que la persona "nunca volverá"; y, finalmente, aparece la fase de reorganización.
"El momento clave en el que hemos superado el duelo, es aquel en el que nos sentimos afortunados de haber podido compartir nuestra vida con esa persona", ha insistido Bernabé, quien ha apostillado que, sin embargo, en las fechas significativas como Navidades o el Día de los Difuntos es "completamente normal" tener la sensación de estar recorriendo una y otra vez estas cuatro fases.
Por ello, la compañía Meridiano, del Grupo ASV, en colaboración con su Equipo de Apoyo Psicológico y el Equipo de Investigación, Formación e Intervención en Psicología de la Universidad Miguel Hernández, ha aconsejado que, para recordar a la persona fallecida sin sufrir, se normalice la situación; se expresen los sentimientos y se comparta su recuerdo con otras personas; no se tema nombrarle, si no recordar momentos felices y anécdotas compartidas; y se vuelva a "mirar a la vida".
"A medida que todas estas emociones sean menos intensas, nos encontramos ante un síntoma claro que nos estamos adaptando con calma a la realidad de esta gran pérdida. La muerte de un ser querido es una de las circunstancias más terribles a las que todos nos enfrentamos a lo largo de la vida, pero también, puede convertirse en una experiencia enriquecedora que nos haga madurar y crecer internamente", ha zanjado Bernabé.