MADRID, 14 May. (EDIZIONES) -
El cuerpo necesita mantener la temperatura corporal más o menos constante para su adecuado funcionamiento. Se mantiene dentro de unos estrechos márgenes gracias a la capacidad del centro termorregulador, situado en el hipotálamo (el cerebro), de equilibrar los mecanismos de producción y disipación del calor.
Según explica la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), en condiciones normales la temperatura corporal sigue un ritmo circadiano, oscilando desde los 35,8 grados centígrados entre las dos y las seis de la madrugada, y los 37,5 grados centígrados entre las 20 y las 23 horas.
En el caso de los ancianos, la miembro de la Sociedad Española de Medicina Geriátrica (SEMEG), la doctora Beatriz Contreras, sostiene que hay estudios que muestran que esta capacidad de respuesta a los cambios de temperatura no funciona bien, se encuentra enlentecida, de modo que les lleva más tiempo a normalizar la temperatura corporal ante cambios más bruscos.
La SEGG añade que en este sentido que, para mantener la temperatura en estos niveles, adaptándose a los cambios ambientales, el centro termorregulador situado en el hipotálamo, ante los estímulos recibidos de receptores cutáneos (sensibles al frío o al calor) y de la sangre, pone en marcha respuestas neurológicas y endocrinas adaptativas. "En el caso de la exposición al frío, los mecanismos puestos en marcha tienden a aumentar la producción de calor endógeno (termogénesis) y disminuir los de eliminación de calor (termodispersión)", indica.
Contreras añade en este sentido que, por ejemplo, una manera de regular la temperatura corporal en caso de calor es la producción de sudor, que refresca la piel, o la hiperventilación. En caso de frío, se activarían mecanismos como el temblor, que son contracciones musculares encaminadas a producir calor, o también se activaría la quema de grasas, según explica en una entrevista con Infosalus la también geriatra del servicio de Geriatría del Complejo Hospitalario de Navarra.
Así, dice que hay un mecanismo conductual para regular nuestra temperatura en función de la sensación de frío o de calor que tengamos, esos cambios pueden ser por ejemplo, abrigarnos o destaparnos en función de la sensación térmica, comer alimentos refrescantes o calientes, o simplemente ponernos a resguardo ante una sensación desagradable. "En ancianos con demencia o deterioro funcional esta capacidad de ajustar nuestra temperatura modificando la conducta puede encontrarse disminuida", aprecia la experta.
Por otro lado, indica que hay cambios fisiológicos que generan el equilibrio entre el calor producido y el que se pierde, ya que existen receptores en nuestros órganos que envían información al cerebro, concretamente al hipotálamo, que es el que posteriormente emite una señal nerviosa hasta los músculos y los órganos para efectuar el control de la temperatura. En pacientes que padecen daño cerebral precisa a su vez Contreras que este mecanismo puede estar dañado.
Por otra parte, la geriatra del Complejo Hospitalario de Navarra subraya que hay una serie de cambios fisiológicos propios del envejecimiento que hacen que el anciano tenga una menor capacidad de adaptación a los cambios de temperatura, aunque los sistemas anteriormente mencionados funcionen adecuadamente. "En los ancianos, las paredes de los vasos sanguíneos pueden ser más rígidas, y los músculos encontrarse atrofiados por
La falta de movilidad, lo que hace que mecanismos como la vasoconstricción para impedir la pérdida de calor por la piel, o los escalofríos, no sean tan eficaces como en las personas jóvenes.
Con todo ello, la doctora Contreras llama la atención sobre el hecho de que las personas mayores tienen sus mecanismos de detección y de respuesta a los cambios de temperatura ralentizados o alterados por condiciones patológicas, fármacos y cambios propios del envejecimiento. "Esto hace que su organismo no actúe con la rapidez necesaria evaporando el sudor y enviando más sangre a la piel mediante la vasodilatación para disminuir la temperatura", añade.
Algunos ancianos además, según comenta, carecen de esos cambios de conducta que todos damos por sentado y que tendremos ante situaciones de calor, como pueden ser ponernos ropa más ligera, tomar alimentos refrescantes o activar el ventilador.
MAYOR RIESGO DE DESHIDRATACIÓN
A esto se suma, según su experiencia, que en ancianos el riesgo de deshidratación es mayor por varios factores: disminución del agua total del organismo al sustituirse con el tiempo la masa muscular por tejidos más ricos en grasa, la disminución de la sensación de sed y de la función renal. También pueden darse enfermedades crónicas que dificulten el regular la temperatura porque afectan al sistema nervioso central y al autónomo, como la demencias, o el Parkinson.
En el caso de la polimedicación, tan habitual en las personas de edad avanzada, la miembro de SEMEG dice que afecta y mucho a su vez a la hora de que estos sean capaces de termorregular su temperatura.
Finalmente, la doctora Contreras ve importante que los ancianos tengan un apoyo social que detecte los problemas que puedan surgir ya que, según lamenta, muchos ingresos que suceden en verano por deterioro de la función renal se deben a que los mayores no beben el agua suficiente, pasan calor, y además tienen fármacos que estimulan la producción de orina, con lo que se deshidratan fuertemente.
Según precisa, la soledad y la falta de apoyos son una causa importante de ingresos hospitalarios y de complicaciones varias, ya que muchos mayores no se encuentran en situación de ser capaces de detectar una conducta de riesgo, como por ejemplo, los ancianos con demencia, que no suelen ser conscientes de su propia enfermedad y no realizan acciones que las personas sanas suponemos lógicas, como beber más agua, ponerse ropa fresca, o evitar el sol y las actividades pesadas en las horas centrales del día, por ejemplo.
"Otros, aunque puedan detectar la situación de riesgo, no pueden evitarla a tiempo por problemas de movilidad, como ancianos que tienen una vida muy limitada dentro de su domicilio y no se pueden servir un vaso de agua, incorporarse para quitarse ropa, o para apartarse del sol", sentencia la geriatra y miembro de SEMEG.