Comer, hospital, enfermos
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Actualizado: viernes, 27 enero 2017 7:16

   MADRID, 27 Ene. (EUROPA PRESS) -

   Cuando un insecto estomacal afecta a una persona, probablemente no tenga ganas de comer, una pérdida de apetito que es parte de la respuesta normal del cuerpo a una enfermedad, pero que no se entiende bien. A veces comer menos durante la enfermedad lleva a una recuperación más rápida, pero otras veces --como cuando los pacientes de cáncer experimentan pérdida de apetito-- esta falta de ganas de comer puede ser mortal.

   Ahora, una investigación del Instituto Salk, en La Jolla, California, Estados Unidos, muestra cómo las bacterias bloquean la respuesta a la pérdida de apetito en su anfitrión para tanto hacer al huésped más saludable como promover la transmisión de las bacterias a otros huéspedes.

   Este descubrimiento, publicado este jueves en la revista 'Cell', revela un vínculo entre el apetito y la infección y podría tener implicaciones en el tratamiento de enfermedades infecciosas, transmisión de la infección y pérdida de apetito asociada con patologías, envejecimiento, inflamación o intervenciones médicas (como la quimioterapia para combatir el cáncer).

   "Se sabe desde hace mucho tiempo que las infecciones causan pérdida de apetito, pero sólo se está empezando a comprender su función", subraya una de las autoras del trabajo, Janelle Ayres, profesora asistente en los Laboratorios de Inmunobiología y Patogenia Microbiana de la Fundación Nomis en el Instituto Salk.

   Los ratones infectados por vía oral con las bacterias 'Salmonella Typhimurium' suelen experimentar pérdida de apetito y, finalmente, se vuelven mucho más enfermizos a medida que las bacterias se vuelven más virulentas, propagándose desde los intestinos a otros tejidos en el cuerpo. El equipo de Ayres probó diferentes condiciones en los ratones infectados y encontró que ratones enfermos que consumían calorías extras a pesar de su pérdida de apetito sobrevivieron realmente más tiempo.

   Resulta que esta supervivencia no se debió a una respuesta inmunitaria más activa por parte de los animales bien alimentados (medida por los niveles de las bacterias en el huésped, sino que fue porque la 'Salmonella' no se extendía fuera de los intestinos ni por todo el cuerpo cuando los ratones comían más, lo que permitió a los animales mantenerse saludables a pesar de la infección. Aún más sorprendente fue que la 'Salmonella' actuaba sobre el intestino para tratar de suprimir la pérdida de apetito en el huésped.

LAS BACTERIAS ACTÚAN PARA COMPENSAR LA VIRULENCIA Y LA TRANSMISIÓN

   Así, el hallazgo fue inicialmente desconcertante: ¿por qué las bacterias se vuelven menos virulentas y no se propagan a otras áreas del cuerpo cuando los nutrientes son más abundantes? ¿Y por qué la 'Salmonella' promovería activamente esta condición? Resulta que las bacterias estaban haciendo una compensación entre la virulencia --la capacidad de un microbio para causar la enfermedad dentro de un huésped-- y la transmisión --su capacidad de propagación y establecer infecciones entre múltiples huéspedes--.

   "Lo que descubrimos fue que la pérdida de apetito hace que la salmonela sea más virulenta, tal vez porque necesita ir más allá de los intestinos para encontrar nutrientes para sí misma. Este incremento de la virulencia mata a su huésped demasiado rápido, lo que compromete la capacidad de las bacterias de propagarse a nuevos huéspedes -detalla la primera autora del estudio, Sheila Rao, investigadora asociada de Salk--. El intercambio entre la transmisión y la virulencia no se ha apreciado antes; anteriormente se pensaba que la virulencia y la transmisión se acoplaban".

   Cuando el huésped comió más y sobrevivió más tiempo durante la infección, la Salmonella se benefició: las bacterias en los ratones fueron capaces de propagarse a través de las heces a otros animales y aumentar su transmisión entre los huéspedes, en comparación con las bacterias en roedores que no comieron y murieron antes debido a una mayor virulencia bacteriana.

   Los científicos descubrieron que para detener la respuesta a la pérdida de apetito y elevar la transmisión entre los huéspedes, la 'Salmonella' produce una molécula llamada SlrP, que bloquea la activación de una proteína inmune (citoquina) en los intestinos. Esta citoquina se comunica normalmente con el centro del apetito del cerebro, llamado el hipotálamo, para incitar al anfitrión a perder su apetito durante la infección.

   El equipo encontró que los ratones infectados con 'Salmonella' que no podían fabricar SlrP comieron menos alimentos mientras estaban infectados, perdieron más peso y murieron más rápido que los ratones de control. Aunque existe la misma vía intestinal-cerebral ligada a la pérdida de apetito tanto en humanos como en ratones, Ayres advierte que las respuestas de la infección dependen de muchos factores y que si comer o ayunar durante la enfermedad puede mejorar a la salud dependerá en gran parte de cuál es el agente causal de la infección.

   Su equipo planea buscar en el microbioma humano (la colección de bacterias que viven en los cuerpos de las personas) para encontrar otros microbios que podrían tener un efecto similar en esta vía y explorar las nuevas terapias ligadas a la pérdida del apetito y el tratamiento de la enfermedad. El laboratorio también quiere investigar si podrían emplearse fármacos para aumentar o reducir la vía de pérdida de apetito inducida por la enfermedad que dirige SlrP. "Ahora que hemos identificado este mecanismo que regula el apetito, queremos darle la vuelta y ver si podemos disminuir el apetito a través de este mecanismo para ayudar en casos de enfermedad metabólica", dice Ayres.

   El descubrimiento también apunta a la posibilidad de tratar enfermedades infecciosas con enfoques distintos de los antibióticos, como la intervención nutricional. "Encontrar alternativas a los antibióticos es muy importante, ya que estos medicamentos ya han alentado la evolución de las cepas resistentes a los antibióticos", dice Ayres. Sólo en Estados Unidos, cada año se infectan dos millones de personas con bacterias resistentes a los antibióticos y al menos 23.000 personas mueren cada año como resultado directo de estas infecciones, según los Centros de Control de Enfermedades de Estados Unidos.

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