MADRID, 17 May. (EUROPA PRESS) -
Un grupo de investigadores de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido) ha concluido que quienes beben café de manera habitual presentan mayor sensibilidad a su olor, lo que les permite tener mayor rapidez a la hora de reconocer el aroma, y además influye en el aumento de sus antojos.
De este modo, el estudio, publicado en 'Experimental and Clinical Psychopharmacology', perseguía el objetivo de examinar si existía alguna relación entre la capacidad de las personas para oler y responder frente al aroma del café.
Para su desarrollo se han realizado dos experimentos. En el primer experimento se hicieron dos grupos, por un lado quienes consumen cantidades moderadas, entre una y tres tazas diarias; y por otra parte los que consumen una gran cantidad, equivalente a 4 tazas o más. A cada persona se le vendaron y los ojos para poner a prueba su sensibilidad al olor del café. Así, se les pidió que identificaran el aroma del café real y el aceite de lavanda.
El resultado fue que aquellos que tomaron más café pudieron identificar más rápidamente su aroma en concentraciones más débiles. Además, se les pidió que completaran un cuestionario que posteriormente demostró que cuanta más cafeína consume una persona mayor es su antojo.
En la segunda prueba, 32 personas se dividieron en aquellos que beben café y los que no. Aquí se aplicó la misma prueba de detección de los olores y se añadió una prueba separada en la que se utilizaba un olor no alimentario. En este contexto, los resultados volvieron a mostrar que los consumidores de cafeína eran más sensibles al olor del café, sin embargo no diferían en la sensibilidad al olor no alimentario.
En este sentido, el doctor Lorenzo Stafford, del Departamento de Psicología de la Universidad de Portsmouth y director del estudio, ha explicado que la cafeína es el fármaco psicoactivo más consumido y ha añadido que estos hallazgos podrían utilizarse para enfrentarse a la dependencia de algunas drogas como el tabaco o el cannabis.
De este modo, estudios anteriores han concluido que quienes estaban acostumbrados a asociar un olor con algo desagradable desarrollaban mayor discriminación hacia ese olor. Esto podría suponer nuevas formas de terapia de aversión para tratar determinadas adicciones.