MADRID, 7 Nov. (INFOSALUS) -
Se define como el temor a relacionarse con los demás, incluyendo el miedo a ser evaluado por los otros, en cualquier situación social. Las hipótesis actuales apuntan a un mayor riesgo en los niños pequeños con conductas inhibitorias y a su desarrollo durante los años de la adolescencia, en los que las relaciones sociales cobran especial importancia.
Los criterios o síntomas que establece para su diagnóstico el manual de referencia de los trastornos psiquiátricos (DSM-V) son el temor a la interacción social, sufrir ansiedad grave, evitar las situaciones sociales, sufrir deterioro en algún área importante o varias de la vida y que estos temores no se atribuyan a otro trastorno o enfermedad médica.
Según explica Vicente Caballo, investigador y catedrático de Psicopatología en la Facultad de Psicología de la Universidad de Granada, los datos desde el ámbito de la Psicología apuntan que el trastorno podría estar presente en hasta un 6% o 7% de la población. El diagnóstico de los casos es más reducido ya que, entre otros aspectos, estas personas temen el hecho mismo de acudir a consulta con un médico o psicólogo desconocido.
"Muchos de ellos acuden a consulta tras muchos años, incluso tras 12 o 14 años sufriendo el problema, cuando toda su vida está organizada alrededor de la fobia. Acuden entonces forzados por algún familiar o cuando ya no aguantan más", señala Caballo que hace especial énfasis en que el tratamiento de la patología es más fácil y eficaz de lo que en principio pudieran creer quienes la padecen.
Se considera que en la estructura básica de la fobia social existen 5 dimensiones en las que la persona sufre miedo y desarrolla ansiedad: ante los desconocidos, frente al sexo opuesto, a hablar en público, a expresar el malestar (falta de asertividad) y a hacer el ridículo o a quedar en evidencia.
Los investigadores del equipo de Caballo llevan más de 10 años estudiando la fobia social junto a colegas de Portugal y de 18 países latinoamericanos a través de más de 150 equipos de investigación que han estudiado a más de 50.000 personas de la población general y a 700 pacientes diagnosticados de fobia social.
Los autores han desarrollado un cuestionario para identificar la fobia social a través del que han podido definir estas dimensiones y trabajan sobre un programa de tratamiento dirigido a estas cinco características básicas adaptadas a la cultura latina. Sus últimos resultados se han publicado en 2012 en la revista internacional 'Behaviour Therapy'.
RAÍCES EN LA INFANCIA
En cuanto a aquellas personas bajo un mayor riesgo, los estudios señalan que el trastorno puede comenzar en los primeros años de vida en aquellos niños con un temperamento de inhibición conductual que muestran comportamientos como asustarse con facilidad ante situaciones nuevas o incluso juguetes, los que lloran en mayor medida sin justificación aparente o que presentan más miedo ante los extraños.
"Son niños más propensos a sufrir fobia social en la adolescencia y vida adulta y si además, en estos primeros años de vida sus padres los sobreprotegen esto les dificulta superar estos miedos", señala Caballo.
Si a esto se une que estos niños más vulnerables puedan pasar por algún tipo de trauma social como burlas de los compañeros de clase o incluso acoso escolar, las posibilidades de tener fobia social en la vida adulta aumentan.
La adolescencia es la época de la vida más importante para el establecimiento de las relaciones sociales ya que la esfera social toma más importancia, comienzan las relaciones con el sexo opuesto y los amigos, el grupo, toma más fuerza.
El 30% de los menores comienza con la fobia antes de los 10 años y el resto en la adolescencia. "Es muy raro que sin antecedentes un adulto desarrolle fobia social a no ser que haya pasado por algún trauma social muy grave", aclara Caballo.
TERAPIA COGNITIVO-CONDUCTUAL
El tratamiento puede venir de la mano de los ansiolíticos recetados desde la psiquiatría o bien el uso de la terapia psicológica cognitivo-conductual que es la que está dando mejores resultados.
"Ambos métodos tienen ventajas, ya que los fármacos suponen una opción fácil y rápida aunque ligada a posibles efectos secundarios y a su uso crónico. La terapia cognitivo-conductual supone un trabajo que hay que seguir en casa después de trabajar en la consulta aunque tiene resultados duraderos y supone no depender de los fármacos", señala Caballo.
En las sesiones de terapia cognitivo-conductual se trabaja la relajación para controlar la ansiedad, se realiza un entrenamiento en habilidades sociales para dotar de herramientas a la persona a la hora de relacionarse con los otros y se ensayan situaciones difíciles de interacción social en un ambiente seguro para el paciente que luego tendrá que poner en práctica en su día a día.
En estas sesiones se realiza además una reestructuración cognitiva al trabajar con los temores, los pensamientos anticipatorios y catastrofistas y la posible evaluación o juicio social para cambiarlos por pensamientos positivos que ayudan al paciente a enfrentarse con seguridad a las situaciones que le producen ansiedad.
Según explica Caballo, la terapia se muestra eficaz, el pronóstico es muy favorable y en varios meses se consiguen buenos resultados. "Los padres son los que en ocasiones fuerzan a sus hijos adolescentes a acudir a la consulta y tras varias sesiones los jóvenes suelen engancharse al encontrarse mejor. Lo mismo sucede con los adultos, lo importante es pedir ayuda e intentarlo", apunta el investigador.