MADRID, 13 Abr. (EUROPA PRESS) -
¿Qué es el efecto Benjamin Franklin? ¿Es una táctica ganadora? ¿Por qué le hacemos un favor a alguien que no nos gusta? ¿Y por qué nos gusta más después de haberle hecho un favor? ¿Cómo explicamos esa dicotomía entre nuestras emociones y el deseo de complacer? ¿Puede tener efectos negativos?
"El efecto Benjamin Franklin viene a decir que la percepción que tenemos de una persona es influenciada cuando le prestamos ayuda o le hacemos un favor. Es decir, nuestra lógica habitual nos lleva a pensar que cuando le hacemos un favor a alguien, es porque nos cae bien o nos despierta simpatía, sin embargo, el efecto franklin, nos dice que la relación es inversa; porque le hemos hecho un favor, nos cae bien", afirma la psicóloga Laura Portaencasa, de Mundopsicologos.com.
El origen de esta teoría se remonta a un evento que tiene como protagonista al famoso político, inventor y científico Benjamin Franklin, una de las figuras más importantes del siglo XVIII, quien jugó un papel fundamental en la fundación de los Estados Unidos.
Franklin estaba preocupado por su acérrimo oponente en la Asamblea Legislativa. Decidido a poner fin al asunto, le pidió a su enemigo que le hiciera un favor, más precisamente le pidió prestado un texto muy raro que pertenecía a su biblioteca. El hombre, de alta cultura, se sintió halagado y sorprendido a la vez, y aceptó con placer. Este episodio fue el comienzo de un acercamiento y la base de una larga amistad.
"Es una táctica muy interesante de conocer, porque se puede convertir en una herramienta para mejorar las habilidades sociales. Si entiendes que pidiendo favores, es más probable que caigas mejor, es cuestión de empezar a pedir, ojo sin abusar tampoco que entonces la otra persona puede sentir que te aprovechas de ella y conseguiríamos el efecto contrario", detalla la psicóloga.
Este efecto está muy relacionado con la disonancia cognitiva, un conflicto interno que se produce cuando tenemos pensamientos contrarios o cuando hay una incoherencia entre nuestra forma de pensar, de sentir y de actuar.
"Por poner un ejemplo cotidiano, ocurre muy a menudo con las ideas políticas; podemos pensar que un determinado partido político es malo o no comparta nuestros valores e ideales, por lo tanto, las personas que voten a ese partido, asumimos que tampoco nos van a gustar. Sin embargo, puede ocurrir que conozcamos a alguien que nos gusta, admiramos, respetamos o incluso nos enamoramos y de repente descubrimos que vota a ese partido que no nos gusta nada", añade la experta.
Aquí se produce un conflicto interno, hay una contradicción. "¿Me puede gustar alguien que tiene unos valores tan diferentes a los míos? La mente busca maneras de resolver el conflicto porque es una sensación muy desagradable y desgastante; en este caso, puede que busque justificaciones para explicar la situación, puede que la persona le deje de gustar, puede que empiece a pensar que igual ese partido político no es tan malo, tal vez piense que esa persona es una excepción. En cualquier caso, busca una manera de volver a sentirse en consonancia", dice la psicóloga.
La disonancia cognitiva está tan relacionada con el efecto Benjamin Franklin porque, en el caso de ayudar a alguien que no nos cae bien, esto supondría una incoherencia interna: "Si somos completamente íntegros, no ayudaríamos a alguien que nos cae mal; sin embargo, aquí interviene otro sistema muy poderoso a nivel psicológico y es la aceptación social. Nos han enseñado que, si alguien nos pide un favor y está en nuestras posibilidades cumplirlo, deberíamos de hacerlo".
Aquí intervienen dos factores psicológicos muy poderosos; el rechazo que produce alguien y la necesidad de aprobación social. ¿Cómo se resuelve esto? "La mente lo resuelve entendiendo que si ayudas a esa persona (así satisfaces la necesidad de aprobación social) es porque esa persona esa persona no te cae tan mal o incluso está empezando a caerte bien. De esta forma deja de existir la disonancia cognitiva", declara Portaencasa.