MADRID, 27 Jun. (EUROPA PRESS) -
Inmunólogos de la University of New South Wales (Australia) han señalado que los efectos secundarios de las vacunas contra la COVID-19 deben acogerse como una señal de eficacia, y no como algo que tenga que provocar miedo a los ciudadanos.
El rápido desarrollo de vacunas seguras y eficaces contra el SARS-CoV-2 ha ofrecido la esperanza de que la pandemia mundial de COVID-19 pueda estar pronto bajo control. Sin embargo, la vacunación sigue siendo incompleta en muchos países desarrollados, y va aún más retrasada en el mundo en desarrollo.
Las dudas sobre las vacunas, motivadas en parte por el miedo a los efectos secundarios documentados en las revistas científicas y los medios de comunicación, podrían impedir que la población mundial alcance la inmunidad de grupo.
Estos recelos se dan especialmente en los jóvenes, que por lo general soportan bien la COVID-19, con síntomas mínimos o incluso sin ellos. Además, está bien documentado que las vacunas pueden tener efectos secundarios importantes; de hecho, el temor a estos efectos secundarios puede aproximarse al de la propia infección por el SARS-CoV-2 en algunas poblaciones.
Para tranquilizar a los que tienen reservas sobre las vacunas, los autores de este artículo de opinión, publicado en la revista 'Science Immunology', sugieren que "es muy probable, aunque no está probado, que los efectos secundarios de las vacunas sean simplemente un subproducto de una breve ráfaga de generación de interferón tipo I concomitante a la inducción de una respuesta inmunitaria eficaz".
Por lo tanto, sostienen que "la perspectiva de la fatiga y el dolor de cabeza después de la vacunación contra la COVID-19 debe ser vista positivamente, como un preludio necesario para una respuesta inmune eficaz".
"Los efectos secundarios de la vacunación serán casi siempre leves y transitorios, e indican simplemente que la vacuna está cumpliendo su función de estimular la producción de interferón, el estimulador inmunitario incorporado al organismo", concluyen los autores, los inmunólogos Jonathan Sprent y Cecile King.