MADRID, 27 Jul. (EUROPA PRESS) -
Investigadores de la Universidad de Tel Aviv (Israel) han demostrado por primera vez que existe una relación significativa entre el estrés conductual y la eficacia de las vacunas.
En su trabajo, publicado en la revista científica 'Brain, Behavior, and Immunity', descubrieron que el estrés agudo en ratones entre 9 y 12 días después de la vacunación aumenta la respuesta de anticuerpos a la vacuna en un 70 por ciento en comparación con el grupo de control no estresado.
Sin embargo, esto se consigue a costa de una menor amplitud de anticuerpos, lo que se traduce en una menor protección contra las variantes del patógeno.
En este estudio, han examinao, por primera vez, la correlación entre el estrés y la capacidad del organismo para desarrollar una respuesta inmunitaria tras la vacunación. La hipótesis predominante es que la eficacia de una vacuna viene determinada principalmente por su propia calidad.
Sin embargo, a lo largo de los años, la ciencia ha detectado la influencia de otros factores también, como la edad, la genética y el microbioma de los resultados de la vacunación. Este estudio ha sido el primero en investigar los posibles efectos del estrés agudo. Así, han evidenciado que este estado mental tiene un impacto dramático, no sólo en la eficacia de la vacuna, sino también en su funcionamiento.
En este estudio, los investigadores vacunaron a ratones con dos vacunas diferentes: la proteína modelo ovoalbúmina y un fragmento de la proteína de la espiga del SARS-CoV-2 también utilizada en la vacuna contra la COVID-19.
Nueve días después, justo cuando se activaba la inmunidad adaptativa y comenzaba la producción de anticuerpos, se sometió a los ratones a un paradigma conductual muy utilizado que simula el estrés agudo. Dos semanas y media después de la exposición al estrés, es decir, 30 días después de la vacunación, el nivel de anticuerpos en la sangre de los animales vacunados que habían experimentado estrés era un 70 por ciento superior al del grupo de control. Este fenómeno se observó en los animales vacunados con cualquiera de los dos tipos de vacuna.
Al mismo tiempo, los investigadores descubrieron que el sistema inmunitario de los animales que habían sufrido estrés no presentaba reacción cruzada a las variantes de la proteína utilizada en la vacuna. En otras palabras, tras el estrés, el sistema inmunitario se centró por completo en la vacuna original, sin mostrar respuesta a proteínas que sólo eran ligeramente diferentes, como las variantes del SARS-CoV-2.
En un principio, se sorprendieron al descubrir que la respuesta a la vacuna era mucho más eficaz en animales que habían sufrido estrés. "Habríamos supuesto justo lo contrario: que las situaciones de estrés tendrían un impacto negativo en el sistema inmunitario. Sin embargo, con ambos tipos de vacunas observamos una respuesta inmunitaria más intensa tras el estrés, tanto en la sangre como en las células B (los linfocitos que producen anticuerpos) derivadas del bazo y los ganglios linfáticos de los ratones inmunizados", ha explicado Natalia Freund, una de las líderes del trabajo.
El aumento de la actividad de los anticuerpos tras el estrés estaba mediado por el receptor celular que identifica la adrenalina: el receptor adrenérgico beta2. Cuando bloquearon este receptor, farmacológicamente o mediante ingeniería genética, los efectos del estrés desaparecieron por completo.
Por otra parte, para su sorpresa, la amplitud de la respuesta inmunitaria generada por la vacuna se redujo en aproximadamente un 50 por ciento tras el estrés. En general, el propósito de la vacunación no es sólo la protección contra un patógeno específico, sino también la creación de una memoria inmunológica duradera para la protección contra futuras mutaciones de ese patógeno. En este sentido, las vacunas parecían perder gran parte de su eficacia tras la exposición al estrés.
Según los investigadores, se trata en realidad de una respuesta clásica de "lucha o huida", aunque esta vez demostrada a nivel molecular. Durante el estrés, el sistema inmunitario produce grandes cantidades de anticuerpos, y más fuertes, para hacer frente a la infección inmediata, y esta gran inversión energética en el aquí y ahora se produce a expensas de la memoria inmunológica futura.
En la segunda parte del estudio, querían comprobar si los seres humanos también presentan la alteración inmunitaria post-estrés observada en los ratones vacunados. Para ello, cultivaron células B obtenidas de la sangre de personas que habían contraído la COVID-19 en la primera oleada.
A continuación, indujeron estrés en estos cultivos utilizando una sustancia similar a la adrenalina que estimula el receptor adrenérgico beta2, que fue identificado por nosotros en la primera parte del estudio como mediador de la respuesta al estrés en las células que producen anticuerpos en ratones.
Las células B expresan un nivel muy elevado de estos receptores, pero hasta ahora se desconocía su función en la producción de anticuerpos. De hecho, no estaba claro por qué estas células necesitan la capacidad de responder a la adrenalina.
Descubrieron que, al igual que en los ratones, las células humanas también presentan un juego de suma cero entre la intensidad y la amplitud de la respuesta inmunitaria. Cuando se activa el receptor de adrenalina durante el estrés, se estimula todo el sistema inmunitario, generando anticuerpos 100 veces más potentes que los producidos en células que no habían sufrido estrés.
Pero también en este caso la respuesta fue más limitada: la diversidad de anticuerpos se redujo entre un 20 y un 100 por ciento, dependiendo del individuo del que se hubieran extraído las células.
La secuenciación del ARN de las células en las que se activó el receptor adrenérgico beta 2, en comparación con las células normales, indicó que la activación del receptor provocó que las células productoras de anticuerpos trabajaran al máximo de su capacidad (mediante la activación de la proteína PI3 quinasa y la fosforilación de AKT), a expensas de la amplitud y la diversidad de los anticuerpos.
"Desde el punto de vista evolutivo, el estrés puede deberse a distintos factores. Tendemos a pensar en el estrés mental, pero la enfermedad física también provoca una forma de estrés. Cuando el cuerpo contrae un virus o una bacteria experimenta estrés, y envía señales al sistema inmunitario de que la máxima prioridad es deshacerse del patógeno, mientras que invertir energía en la memoria inmunológica a largo plazo es una segunda prioridad. Por lo tanto, el estrés entre 9 y 12 días después de la vacunación, en el momento en que las células B están generando anticuerpos de alta afinidad, potencia la inmunidad a corto plazo y daña la memoria a largo plazo", ha remachado Freund.