MADRID, 9 Mar. (EDIZIONES) -
Jack Lewis es doctor en Neurociencias por el University College de Londres, neurobiólogo y presentador de televisión en Inglaterra. Ha escrito un libro La ciencia del pecado (Pinolia) con el que trata de recopilar y de entender lo que dice la Ciencia sobre el pecado, sobre por qué tenemos tentaciones y obramos mal, o hacemos lo que no debemos hacer a pesar de saberlo.
Muchas cosas que sabemos que no debemos hacer están bien con moderación, pero son problemáticas en exceso. Es importante que comamos algo al día para mantenernos vivos, pero mucha comida al día nos hará engordar. Un vaso de vino tinto al día es bueno para nuestra salud, una botella de vino tinto al día acabará perjudicándola. Así que lo que realmente nos cuesta es acertar con las dosis, nos explica en una entrevista con Infosalus.
De hecho, subraya este neurocientífico que las áreas de la vida en las que más nos cuesta conseguir las dosis adecuadas son las que son placenteras, lo que significa que desencadenan respuestas en la vía de recompensa del cerebro: La vía de la recompensa es famosa por orientar nuestras decisiones hacia la gratificación inmediata; a menudo se eligen recompensas disponibles al instante, en lugar de resultados mejores que podemos conseguir a largo plazo si somos pacientes y ejercemos cierta moderación.
DESARROLLAR LA CAPACIDAD DE AUTOCONTROL
A su juicio, la buena noticia en todo esto es que la neuroplasticidad --o capacidad del cerebro para reforzar y debilitar determinadas conexiones entre distintas áreas cerebrales -- dura toda la vida, hasta la edad adulta, y no sólo en la infancia.
Esto significa que podemos desarrollar nuestra capacidad de autocontrol mediante la práctica diaria persistente, que refuerza la influencia de las áreas cerebrales implicadas en ayudarnos a resistir el impulso de gratificación instantánea. El truco está en fijarnos objetivos alcanzables, y en esperar que los cambios se produzcan a lo largo de los meses, y no que sea una cuestión de días, detalla.
MÁS FRECUENTE EN LOS HOMBRES
Jack Lewis señala igualmente que en los hombres este tipo de conductas son más frecuentes que en las mujeres y esto es debido en gran parte a la testosterona, una hormona que producen tanto hombres como mujeres, pero que se fabrica en cantidades mucho mayores en los varones.
Esto influye en la forma en la que la vía de recompensa del cerebro procesa el riesgo. El efecto neto es que la perspectiva de comportamientos de riesgo parece más excitante que desagradablemente estresante. De ahí que los hombres tiendan a adoptar comportamientos de riesgo extremo más que las mujeres, avanza este especialista.
Eso sí, también recuerda que aquellas mujeres que producen altos niveles de testosterona tienen una inclinación similar a los hombres, por lo que se trataría más de los niveles hormonales de una persona que del género en sí.
No tiene nada que ver con cómo sea el cerebro de los hombres con respecto al de las mujeres, aclara el doctor Lewis: Los estudios neurocientíficos que buscan específicamente diferencias estructurales consistentes entre los cerebros masculino y femenino descubrieron que hay muchas más similitudes que diferencias. Una analogía que puede ser útil en este caso es que el hardware es el mismo, pero los cerebros masculino y femenino ejecutan un software ligeramente diferente.
En general, tal y como prosigue, las diferencias en el software parecen deberse más a la educación que a la naturaleza. En otras palabras, las diferencias de comportamiento entre hombres y mujeres tienen mucho más que ver con las experiencias típicas de la vida que con las diferencias en el ADN, sostiene este neurobiólogo.
EL CASO PUNTUAL DE LA ADOLESCENCIA
Ahora bien, le preguntamos en Infosalus por la época rebelde de nuestra vida, que por regla general suele situarse en la adolescencia. ¿Por qué nos portamos peor en esta etapa? ¿Tiene algo que ver con el desarrollo del cerebro?
Este experto nos comenta que sí, dado que la vía de recompensa del cerebro funciona a toda máquina en estos años, y es extremadamente hiperactiva durante la adolescencia. Es importante recordar que la vía de la recompensa no sólo interviene en la experiencia del placer, sino también en la toma de decisiones. La preferencia habitual -por la gratificación inmediata frente a las decisiones a largo plazo que producen mejores resultados con un poco de paciencia se dispara durante la adolescencia. Una de las consecuencias es que los comportamientos de alto riesgo pueden parecer totalmente irresistibles, remarca.
En parte, justifica esto a que las áreas cerebrales que, en última instancia, nos ayudan a resistir la tentación de hacer cosas que sabemos que no debemos hacer, están todavía en fase de desarrollo en el cerebro adolescente. Y también en el retraso en el desarrollo de estas importantes áreas cerebrales prefrontales que favorecen el comportamiento disciplinado y la moderación, mucho después de que muchas otras áreas cerebrales hayan alcanzado su estado adulto de plena madurez, es en realidad una característica de diseño más que un defecto de diseño, agrega.
La adolescencia es un periodo de la vida durante el cual los seres humanos necesitamos experimentar con la creación de nuevos vínculos sociales con personas ajenas a la familia, continúa Lewis, lo que en su opinión nos ayuda a alcanzar la etapa en la que nos sentimos cómodos, estableciéndonos independientemente de nuestros padres.
Forjar nuevas relaciones y salir de casa puede dar miedo, por lo que los cambios en la vía de recompensa que producen grandes descargas de dopamina durante la adolescencia, en respuesta a la perspectiva de hacer cosas arriesgadas, ayudan a que practicar las habilidades de la vida independiente resulte atractivo en lugar de aversivo, subraya.
En última instancia, este neurocientífico y presentador de televisión destaca que la soberbia, la lujuria, la pereza, la envidia, la ira, la gula y la avaricia son buenas para la humanidad, pero siempre con moderación, si bien en el extremo son malas porque erosionan las conexiones sociales.
Tener unas pocas personas en nuestras vidas en las que realmente podamos confiar, con las que podamos abrirnos sin sentirnos vulnerables, y en las que podamos confiar de verdad para que nos ayuden cuando lo necesitemos nos aporta enormes beneficios. Nos ayuda a vivir más tiempo y a ser más felices que las personas que se sienten solas, remarca.
Por otro lado, resalta que los que caen en la tentación de ser excesivamente orgullosos, lujuriosos, avariciosos, glotones, perezosos, iracundos o envidiosos, acaban amenazando esas preciosas relaciones y haciéndoles propensos al rechazo social y a la soledad; lo que suele conducir a una menor esperanza de vida y a una mayor carga de problemas de salud mental en vida.
En su opinión, tanto los ateos (como él) como los religiosos deberían ser conscientes de los peligros de estas siete categorías de comportamiento, porque tienen mucho más que ver con la calidad y con la duración de la vida en la Tierra, que con el destino de nuestras almas después de la muerte.