MADRID, 6 Abr. (EDIZIONES) -
Es sorprendente lo que en un mismo ambiente pueden sentir las distintas personas. Hay gente que en verano lo pasa fatal porque siente muchísimo calor, cuando en realidad el termómetro está en 23 grados, algo normal. Mientras otras, ante el mínimo resquicio de aire frío, ya se ponen el jersey, o las mil mantas o edredones si se trata del pleno invierno. ¿Por qué hay personas más calurosas o frioleras?
El responsable de todo es el cerebro. Sí, es el encargado de regular la temperatura corporal y de mantener nuestro organismo en una temperatura confortable, según afirma en una entrevista con Infosalus, la miembro del Grupo de Trabajo de Dermatología de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), la doctora Jenny Dávalos Marín.
Es decir, que si hace calor se activan una serie de mecanismos biológicos, como puede ser el sudar, por ejemplo. En el caso de que haga frío tenemos la necesidad de abrigarnos o de comer alimentos ricos en grasa o en hidratos de carbono, por ejemplo; y todo con el objetivo de mantener el organismo en una temperatura entre los 35 y los 37 grados centígrados.
La experta de la SEMG llama además la atención sobre el hecho de que en una misma familia el padre, la madre, los abuelos y los hermanos reaccionen de forma diferente ante la misma temperatura. ¿A qué se debe esto?
"Por ejemplo, para muchas personas una temperatura de 23-25 grados centígrados es confortable, permite estar sin sufrir calor, pero para otros no y les es necesario abrigarse. Es decir, todas las personas percibimos de forma diferente el frío porque tenemos diferentes respuestas biológicas ante la misma temperatura a la que estamos expuestos", remarca la especialista.
Entonces, ¿se trata de una cuestión genética? La doctora Dávalos destaca que, en la actualidad, se conoce que "la herencia tiene un papel fundamental en la regulación de estos mecanismos compensadores de la temperatura". Así, indica que una persona que tenga una mayor tendencia a la piel grasa tendrá más protección ante las temperaturas externas, así como una menor pérdida de calor interno, al ser ésta más gruesa.
"La cantidad de grasa corporal proporciona más protección contra el frío. Quienes son delgados, o tienen un bajo índice de grasa corporal, probablemente estarán menos protegidos frente a las bajas temperaturas. Sin embargo, esto no quiere decir que debamos engordar para dejar de ser frioleros, ya que esto trae consigo muchos más riesgos de salud", añade.
Según advierte, el estrés continuo afecta también, y además negativamente, a todo nuestro cerebro, por lo que también se ven afectados los genes que regulan el estado de ánimo, siendo a su vez un factor que dificulta una correcta respuesta al frío.
Por otro lado, resalta que las mujeres son más frioleras que los hombres ya que, según explica, están más preparadas para afrontar las temperaturas extremas. "Cuando están en un ambiente frío, las mujeres tienen 2 mecanismos para regular la temperatura: Cierran los vasos sanguíneos de la piel para impedir que se pierda calor, y luego tienen una mayor proporción de grasa subcutánea que en el caso del hombre, por lo que pierden menos el calor por radiación, conservando así más calor en su cuerpo. Sin embargo, las señales que llegan al cerebro provenientes de la piel se traducen como frío y sienten necesidad de cubrirse", explica.
¿HAY QUE ABRIGAR MÁS A LOS NIÑOS Y ANCIANOS?
Además, la miembro de la SEMG señala que los niños no son más sensibles al frío que los adultos, pese a la creencia popular de que haya que abrigarles más. "La termorregulación de los pequeños es igual que la nuestra: sienten el calor o el frío con la misma intensidad que nosotros. Casi siempre, los niños no son más sensibles al frío que los adultos; más bien al contrario, tienden a ser más activos, ya que corren y saltan sin parar, lo que les facilita el hecho de entrar en calor", advierte.
Eso sí, Dávalos reconoce que los recién nacidos son una excepción, debido principalmente a la inmadurez de su sistema nervioso central, ya que aún están desarrollando los mecanismos para guardar el calor, y enfriar el cuerpo cuando la temperatura se incrementa.
"El porcentaje de grasa y de agua que tiene un neonato es mayor cuando éste va creciendo. Por otro lado, cuando envejecemos nos pasa algo similar: perdemos la masa muscular. Es recomendable llegar a la madurez de la vida con cierta cantidad de músculo, y eso se logra fácilmente con paseos", indica la doctora.
En este contexto, la miembro de la SEMG indica que abrigarse en exceso no es malo, pese a esa tendencia de abrigar más a los niños o a los ancianos por miedo a que enfermen. "El niño o el anciano sudarán, y el sudor se quedará macerado por las sucesivas capas de ropa. Pero más allá de eso, no es perjudicial, sin olvidar que el sudor puede enfriar la piel y manifestarse como frío. Hay que valorar si un poco menos abrigado su hijo o el abuelo saldrán a la calle igual de protegidos, además de cómodos", sentencia Dávalos.