MADRID, 16 Ene. (EDIZIONES) -
Aunque seamos adultos, aún conservamos dentro de nosotros un niño que ha sufrido miedos, o inseguridades, por ejemplo. Ese niño sigue con nosotros, y si esos traumas que no se han superado seguirán afectándonos en nuestra vida adulta.
Así lo advierte en una entrevista con Infosalus el psicólogo Manuel Hernández Pacheco, quien recalca que hay experiencias que nuestra mente consciente, tratando de protegernos, ha borrado de nuestros recuerdos, aunque estos siguen presentes y nos hacen daño, no permitiéndonos desenvolvernos con normalidad en nuestra vida diaria adulta.
"Éste es el origen de las fobias, o de las amnesias parciales, por ejemplo", avisa este especialista. Aquí, recalca que en los primeros años de vida tiene lugar el aprendizaje emocional, que más o menos dura hasta los 6. En él, según resalta, juega un papel importante el ambiente en el que se mueva el niño. "En esos primeros seis años aprendemos el 80% de toda nuestra vida y aquellos aprendizajes emocionales, que repetiremos cuando seamos adultos", advierte.
Así, sostiene que el vínculo de apego en estos años es crucial para el desarrollo del menor, de forma que el cerebro de un niño es incapaz de elaborar pensamientos abstractos hasta la adolescencia. "Es por esto por lo que los niños creen en los Reyes Magos, en el Ratoncito Pérez o en Papá Noel, y en todo lo que los adultos les dicen. También me gusta explicar que si a un niño le insultamos repetidamente cuando es pequeño creerá que el insulto es merecido, si le pegamos sentirá que merece desprecio, y si es abusado sexualmente sentirá que merece la pena que abusen de él", avisa este experto.
De hecho, en el libro que acaba de publicar, '¿Por qué la gente a la que quiero me hace daño? (Serendipity), explica que el niño nace con unos circuitos emocionales innatos, que a su vez constan de emociones básicas o primarias. Éstas tienen un origen genético, apunta, para que posteriormente, y a medida que el niño descubre el mundo acompañado de sus cuidadores y figuras cercanas, va perfilando estas emociones, dando lugar a lo que conocemos como carácter o personalidad.
"Muchas veces, la forma en la que me relaciono con mis cuidadores determinará cómo en la edad adulta me relaciono con el mundo", destaca Hernández Pacheco. Con ello, realiza una metáfora, comparando al niño cuando nace con un ordenador que trae incorporado en el disco duro un sistema operativo que nos ayuda a encender y nos permite empezar a trabajar con él, pero seremos nosotros con el paso del tiempo los que iremos añadiendo o eliminando los programas que consideremos útiles para nuestras tareas u ocio.
"Desgraciadamente a lo largo del tiempo también pueden instalarse en este ordenador virus o troyanos que interferirán con su funcionamiento normal. En los humanos, a estas anomalías en el funcionamiento natural las llamaríamos 'psicopatología'", precisa el psicólogo.
En concreto, cita que este 'disco duro' del niño viene programado por siete circuitos emocionales básicos: pánico o separación afectiva, miedo, rabia, cuidado, lujuria, juego, y búsqueda. "Las tres primeras son desagradables y no nos gustan, aunque forman parte del pack, pues son las que nos permiten defendernos de lo negativo, mientras que las otras cuatro son positivas, y nos ayudan a buscar lo que nos atrae.
Por todo ello, resalta que, si el desarrollo emocional en la infancia no es correcto, no tendrá lugar un desarrollo neurológico de forma correcta y no se podrá dar la regulación emocional necesaria tanto al nivel del cerebro como de sistema nervioso autónomo en la edad adulta. Así pues, el aprendizaje, el desarrollo emocional, regulará las emociones y el comportamiento en edad adulta.
"Si la relación con los cuidadores fue acertada o sana cuando sea adolescente se regulará bien en la edad adulta. Las personas que generalmente han tenido una infancia traumática, o sin suficiente apego a sus cuidadores, van a sentir mucha ansiedad de mayor. La ansiedad es una señal que de que nuestro cuerpo manda al cerebro señales de que estamos en peligro", advierte.
A su vez, puntualiza que, dentro de la psicopatología, hay dos tipos de personalidad. En primer lugar, el cómo he aprendido a regular mis emociones; y luego qué conductas hago para controlar esa ansiedad. En este último punto, llama la atención sobre las personas que por ejemplo se unen al carro de las adicciones para calmar esa ansiedad, por ejemplo fumando porros, o presentan trastornos compulsivos. "Esas acciones les calman durante unos minutos pero no de forma definitiva, y es que no saben calmarse de otro modo. Por eso son tan importantes las emociones que se aprenden en la infancia", insiste Hernández Pacheco.
Es más, indica que muchas veces, aunque sepamos lo que tenemos que hacer no lo hacemos porque hay algo que nos lo impide a menudo, esa ansiedad frente a la incapacidad de regular nuestras emociones. "Las personas con una enfermedad psicológica por ejemplo no pueden reflexionar porque sus emociones se lo impiden muchas veces", señala el especialista.
A todo esto habría que añadirle en su opinión que, a nivel mental, somos el 80% animales y el 20% humanos. "Con esto quiero decir que una parte inmensa de nuestro comportamiento viene determinado por nuestras emociones y un poco por nuestra cultura. Esto no significa que muchas de nuestras emociones no sean aprendidas o que no puedan modificarse, pero sí que van a ser involuntarias, inconscientes y súbitas, llegarán sin avisar (acompañadas siempre de sus hermanas siamesas, las sensaciones)", sentencia Manuel Hernández Pacheco.