MADRID, 27 May. (EUROPA PRESS) -
Para los padres que no han tenido una infancia fácil, que provienen de entornos negligentes, agresivos, excesivamente exigentes o descuidados, las heridas emocionales del pasado pueden interferir con sus capacidades actuales para criar con seguridad a sus hijos.
Así lo defiende en una entrevista con Infosalus el doctor en Psicología, profesor en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid) y miembro del Instituto Universitario de la Familia de dicha universidad Carlos Pitillas Salvá, con motivo de la publicación de 'El daño que se hereda' (Desclée De Brouwer), un manual con el que aborda la comprensión y el abordaje de la transmisión intergeneracional del trauma.
Pitillas, que trabaja fundamente con familias, y ha tratado en muchas ocasiones con familias en contextos de exclusión y de adversidad social, donde hay una elevada presencia de traumas, reconoce que el mejor entorno para cuidar y criar a un niño es un entorno seguro, tanto en términos sociales como económicos.
"Sin esto, lo que tenemos es padres que están en alerta, estresados, ellos mismos sintiéndose en peligro y es difícil hacer sentir seguro a un niño cuando su propio padre no lo está. Es más, la ansiedad y el estado de alerta continuo se contagian a los hijos", agrega.
Fuera de esta respuesta, y asumiendo un contexto seguro en estos términos, el mejor entorno es aquel donde hay un mínimo de seguridad emocional en los padres. Según relata precisamente el libro versa sobre esos padres que han vivido historias de cuidados inseguras en sus propias infancias, donde han padecido negligencias emocionales, o maltratos emocionales y físicos, por ejemplo, y en la edad adulta, cuando son padres, pueden tener dificultades a la hora de interactuar con sus hijos, y por tanto para criarles con seguridad.
"El libro explora los mecanismos por los que esos traumas no resueltos con los padres en la infancia pueden contaminar las respuestas de cuando se es progenitor, de forma que puede sentirse amenazado porque revive los miedos y pensamientos del pasado al cuidar de sus hijos", agrega.
Pitillas pone el ejemplo de un padre que creció en un contexto de muchas críticas y exigencias, de humillaciones. Ahora el padre tiene un niño con rabietas muy frecuentes. "Este padre podría interpretar estas señales del niño como una crítica, donde su hijo le cuestiona de manera particular que no vale o que no está a la altura y que no es capaz de entenderle. El niño no dice eso pero el trauma distorsiona la interpretación de la realidad y lo siguiente que debería tener es una sensación de peligro y de miedo para la que se defenderá", detalla.
Según la literatura científica, se entiende trauma parental como cualquier experiencia temprana que el padre haya podido tener, generado emociones negativas muy intensas y que no se hayan podido resolver, según describe el doctor en Psicología. "Todos hemos podido vivir situaciones en nuestra infancia que nos han hecho daño, como perder a alguien por ejemplo, y que no siempre nos dan seguridad. Pero el trauma tiene lugar en personas que viven estas experiencias emocionales difíciles con especial frecuencia e intensidad, y sobre todo sin resolución, donde ese niño de la infancia no contó con el apoyo suficiente para poder protegerse y afrontarlas. Son estos padres que comienzan su crianza con una historia de emociones negativas intensas a sus espaldas y que no se pudieron resolver bien", añade.
Ahora bien, el experto remarca que cuando se tiene una infancia difícil no solo se refleja en la edad adulta en las relaciones padres-hijos, sino en cualquier relación importante: "Por ejemplo, volviendo al padre que vivió una experiencia de mucha crítica y humillación de pequeño en sus relaciones de pareja es fácil que pueda experimentar este tipo de sensaciones otra vez y ante cualquier momento de tensión en la pareja puede sentir que le están humillando o criticando. Entonces el trauma se puede reactivar en cualquier relación donde puede haber conflictos y tensiones y donde se manejan emociones".
LOS HIJOS, UN RECORDATORIO POSTRAUMÁTICO PODEROSO
Eso sí, subraya que los hijos "son un recordatorio postraumático especialmente poderoso" cuando uno ha tenido un trauma infantil porque los niños tienen una forma de sentir y de expresar las emociones "que es muy en bruto", es decir, que cuando estallan con llanto, o tienen angustia, ésta es total.
"Con una potencia elevada muestran sus emociones, porque en realidad no saben gestionarlas todavía. Son recordatorios de lo que ha hecho daño, pero también de la ternura con la que se nos trató, y de los cuidados que se nos dieron. Los niños también despiertan emociones positivas muy potentes relacionadas con la protección, el cuidado, la ternura, la sensibilidad, y todo esto nos viene de nuestra infancia", subraya el profesor universitario.
En este contexto, Pitillas señala que podemos hablar de dos grandes periodos de sensibilidad evolutiva en el desarrollo de las personas: uno corresponde a la etapa preescolar, entre el nacimiento y los 4 primeros años de vida, donde nuestro cerebro aprende socialmente muy rápidamente, y se quedan inscritos con mucha fuerza los recuerdos aunque no nos acordemos; y después, la adolescencia, donde el cerebro vuelve a tener ventanas de transformación muy potentes, está otra vez muy activado todo, y especialmente las áreas emocional y social, y los aprendizajes en este sentido se quedan grabados con mucha fuerza.
Según advierte este psicólogo, en estos periodos somos muy vulnerables a que los daños se vuelvan permanentes. "Hay más sensibilidad a que el daño tenga efecto a largo plazo", precisa.
Así con todo, Pitillas resalta que el libro está pensando para profesionales de la intervención familiar, y proporciona una serie de herramientas para el mundo profesional porque, según insiste, los traumas se deben trabajar en consulta.