MADRID, 3 Ago. (EUROPA PRESS) -
Investigadores de la Universidad de Medicina de Chicago, en Estados Unidos, han descubierto que la disminución del sentido del olfato de una persona a lo largo del tiempo no sólo puede predecir la pérdida de la función cognitiva, sino que también puede prever cambios estructurales en regiones del cerebro importantes para la enfermedad de Alzheimer y la demencia.
Los resultados, basados en un estudio longitudinal de 515 adultos mayores, publicados en 'Alzheimer's & Dementia: The Journal of the Alzheimer's Association', podrían conducir al desarrollo de pruebas olfativas para detectar antes el deterioro cognitivo en los pacientes.
"Este estudio proporciona otra pista de cómo un rápido declive del sentido del olfato es un indicador realmente bueno de lo que va a acabar ocurriendo estructuralmente en regiones específicas del cerebro", resalta el autor principal, el doctor Jayant M. Pinto, profesor de cirugía de la Universidad de Chicago y especialista en ORL que estudia las enfermedades olfativas y de los senos paranasales.
La memoria desempeña un papel fundamental en nuestra capacidad para reconocer los olores, y los investigadores conocen desde hace tiempo la relación entre el sentido del olfato y la demencia. Las placas y ovillos que caracterizan el tejido afectado por la enfermedad de Alzheimer suelen aparecer en las áreas olfativas y asociadas a la memoria antes de desarrollarse en otras partes del cerebro. Aún se desconoce si este daño es el causante de la disminución del sentido del olfato de una persona.
Pinto y su equipo querían ver si era posible identificar alteraciones en el cerebro que se correlacionaran con la pérdida de olfato y la función cognitiva de una persona a lo largo del tiempo.
"Nuestra idea era que las personas con un sentido del olfato que disminuía rápidamente con el tiempo estarían en peor forma -y tendrían más probabilidades de tener problemas cerebrales e incluso el propio Alzheimer- que las personas que disminuían lentamente o mantenían un sentido del olfato normal", explica Rachel Pacyna, estudiante de cuarto año de medicina de la Facultad de Medicina Pritzker de la Universidad de Chicago y autora principal del estudio.
El equipo utilizó datos anónimos de pacientes del Proyecto de Memoria y Envejecimiento (MAP, por sus siglas en inglés) de la Universidad Rush, un grupo de estudio iniciado en 1997 para investigar las afecciones crónicas del envejecimiento y las enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer. Los participantes en el MAP son adultos mayores que viven en comunidades de jubilados o de viviendas para mayores en el norte de Illinois y se someten a pruebas anuales para comprobar su capacidad de identificar ciertos olores, su función cognitiva y los signos de demencia, entre otros parámetros de salud. A algunos participantes también se les realizó una resonancia magnética.
Los científicos de UChicago Medicine descubrieron que un rápido declive del sentido del olfato de una persona durante un periodo de cognición normal predecía múltiples características de la enfermedad de Alzheimer, incluyendo un menor volumen de materia gris en las áreas del cerebro relacionadas con el olfato y la memoria, una peor cognición y un mayor riesgo de demencia en estos adultos mayores. De hecho, el riesgo de pérdida del sentido del olfato era similar al de ser portador del gen APOE-e4, un conocido factor de riesgo genético para desarrollar Alzheimer.
Los cambios eran más notables en las regiones olfativas primarias, incluyendo la amígdala y la corteza entorrinal, que es una entrada importante al hipocampo, un sitio crítico en la enfermedad de Alzheimer. "Pudimos demostrar que el volumen y la forma de la materia gris en las zonas olfativas y asociadas a la memoria del cerebro de las personas con un rápido declive de su sentido del olfato eran menores en comparación con las personas que tenían un declive olfativo menos grave", afirma Pinto.
La autopsia es el estándar de oro para confirmar si alguien tiene Alzheimer, y Pinto espera ampliar estos hallazgos examinando el tejido cerebral en busca de marcadores de Alzheimer. El equipo también espera estudiar la eficacia del uso de las pruebas olfativas en las clínicas -de forma similar a como se utilizan las pruebas de visión y audición- como medio de detección y seguimiento de los adultos mayores en busca de signos de demencia temprana, y para desarrollar nuevos tratamientos.
Las pruebas olfativas son una herramienta barata y fácil de usar que consiste en una serie de barritas de aspecto similar a los rotuladores. Cada barrita lleva un olor distinto que los individuos deben identificar entre un conjunto de cuatro opciones.
"Si pudiéramos identificar tempranamente a las personas de 40, 50 y 60 años con mayor riesgo, podríamos tener suficiente información para inscribirlas en ensayos clínicos y desarrollar mejores medicamentos", añade Pacyna.
El estudio tenía la limitación de que los participantes sólo recibieron una resonancia magnética, lo que significaba que el equipo carecía de datos para precisar cuándo comenzaron los cambios estructurales en los cerebros o con qué rapidez se redujeron las regiones cerebrales.
"Tenemos que tomar nuestro estudio en el contexto de todos los factores de riesgo que conocemos sobre el Alzheimer, incluidos los efectos de la dieta y el ejercicio --subraya Pinto--. El sentido del olfato y los cambios en el mismo deben ser un componente importante en el contexto de una serie de factores que creemos que afectan al cerebro en la salud y el envejecimiento".
Además, dado que la mayoría de los participantes en el PAM eran blancos, es necesario realizar investigaciones adicionales para determinar si las poblaciones infrarrepresentadas se ven afectadas de forma similar. Los trabajos anteriores del equipo mostraron marcadas disparidades por raza, siendo los afroamericanos los que se enfrentaban a un deterioro más grave de la función olfativa.
Los estudios anteriores de Pinto han examinado el sentido del olfato como un importante marcador del deterioro de la salud en los adultos mayores. Su trabajo de 2014 reveló que los adultos mayores sin sentido del olfato tenían tres veces más probabilidades de morir en un plazo de cinco años, un factor de predicción de la muerte mejor que un diagnóstico de enfermedad pulmonar, insuficiencia cardíaca o cáncer.