MADRID, 30 Dic. (EDIZIONES) -
Tenemos en nuestro intestino más de 100 billones de microorganismos que cumplen importantes funciones relacionadas con el metabolismo, la respuesta inmune, o la regulación de procesos en el sistema nervioso. Además, la microbiota produce nutrientes esenciales, como minerales o vitaminas, aparte de que limita el crecimiento de patógenos, entre otras muchas funciones.
"La microbiota es un sello identitario nuestro, más allá que nuestra huella dactilar. Podríamos identificarnos por nuestra microbiota. Entonces, a lo largo de la vida dependiendo del tipo de dieta, de si haces actividad física o no, de si tienes estrés, de los fármacos que tomas; es decir, hay muchos factores en nuestro entorno que condicionan que esta microbiota vaya alterándose. En una semana puedes cambiar tu microbiota, para bien o para mal", afirma la médico nutricionista Marta González-Corró.
Y es que, mantener o recuperar la diversidad y la estabilidad de la microbiota nos ofrece una "valiosa oportunidad" para la recuperación de la salud, o bien para la prevención de enfermedades, tal y como refleja en 'Por qué tengo siempre la tripa mal' (Oberon).
CÓMO VARÍA NUESTRA MICROBIOTA
Así, asegura en una entrevista con Europa Press Infosalus que sí compartimos un porcentaje de nuestra microbiota con las personas con las que convivimos, que puede ir variando dependiendo del tipo de convivencia que mantengamos, y de la relación establecida.
"Siempre compartimos más con nuestra madre, aunque luego esto va desapareciendo. Sucede igual con las mujeres que conviven en el mismo ambiente, a quienes se les sincronizan sus ciclos menstruales, de manera que cuando compartimos un mismo espacio vital acabamos teniendo semejanzas en nuestra microbiota", subraya.
Aquí recuerda que la microbiota está formada por grupos de especies estables (autóctonas) y otras que son variables, que vienen y van con el contacto, con lo que comemos, o por ejemplo, con el aire que respiramos.
¿Y SI COMPARTIMOS UNOS NACHOS?
En concreto, precisa que "la convivencia implica compartir una media de un 12% de especies de la microbiota intestinal (bacterias, virus, hongos) y un 32% de las cepas orales, unas cifras que, según determina, pueden variar según el tipo de relación (madre-hijo o pareja). "Abrazar y besar a un bebé lactante, o compartir unos nachos entre compañeros de piso implica compartir la microbiota de una manera más o menos pronunciada, según la edad, el tipo de relación, o la duración de la vida en común", añade.
Es más, indica que al nacer compartimos con nuestra madre aproximadamente un 65% de las cepas intestinales, un porcentaje que va disminuyendo con la edad, y a los 18 años se reduce a un 19%. "A pesar de los años y de la distancia, entre los 50 y los 85 años de edad todavía compartimos un 16% de las cepas intestinales con nuestra madre", agrega.
A su vez, González-Corró señala que con respecto a la microbiota oral sucede lo contrario, de manera que el porcentaje de cepas compartidas aumenta con la edad del menor, especialmente a partir de los 3 años, una "edad de transición en la que se diversifican las especies que componen la microbiota oral".
Es más, resalta esta médico nutricionista que compartimos microbiota oral con nuestros hermanos, amigos, y compañeros de piso: "Llegamos a compartir hasta un 38% de microbioma oral con nuestra pareja".
Pero es que, según admite, "las paredes de nuestra casa no suponen una barrera para los intercambios entre microorganismos", y los adultos que comparten un mismo techo, pero viven en un mismo municipio, comparten el 8% de las cepas intestinales, y el 3% de las cepas orales con sus vecinos y otros habitantes del pueblo, frente al 0% entre pueblos diferentes, probablemente a causa de las interacciones físicas y del entorno que comparten, aprecia esta experta en microbiota.
TENER UNA MASCOTA TAMBIÉN INFLUYE
Además, resalta esta especialista que el hecho de tener una mascota influye en nuestra microbiota. De hecho, indica que los niños que crecen con mascotas tienen una microbiota más diversa, pero también una salud más fortalecida. "Esto sucede no sólo con los animales de compañía, sino también con los de granja, las personas que viven en entornos rurales tienen una microbiota más diversa. Y, además, estos niños tienen menor predisposición a tener alergias y atopia, sobre todo en entornos urbanos, donde el exceso de limpieza evita el contacto con microorganismos, y que nuestro sistema inmunitario se entrene", destaca.
A su vez, le preguntamos si nuestra microbiota varía a lo largo de nuestra vida, remarcando que ya desde el nacimiento ésta variará en función de si hemos nacido por cesárea o parto natural: "El contacto que tiene el bebé a través del canal del parto con toda la microbiota vaginal y perineal de la madre hace un tipo de microbiota muy distinta a la que tienes cuando naces por cesárea. Luego, a partir del tipo de lactancia que tengas desarrollarás una determinada microbiota, que si te dan lactancia artificial; pero es verdad que la microbiota es resiliente y se puede ir reajustando".
Sostiene igualmente que los tres primeros años de vida son "muy importantes" y marcarán bastante esa capacidad capacidad de resiliencia de la microbiota: "Si yo hasta los 3 años he nacido por parto vaginal, he recibido lactancia materna, y he mantenido una alimentación adecuada, así como un cariño, no he tenido estrés, esto será determinante para una microbiota más sana. Cuando estamos estresados, por ejemplo, se altera completamente".
Mantiene también que, conforme envejecemos, tenemos menos bifidobacterias, microorganismos que con más frecuencia se encuentran en el colon, y por eso se va haciendo menos diversa la microbiota, teniendo en cuenta, además, que a partir de una edad las personas están hipermedicadas, otro aspecto que a su vez condiciona la diversidad de la microbiota. "En personas centenarias se ha visto que tienen una microbiota más diversa, que es mayor la diversidad bacteriana y que hay un mayor recuento de bifidobacterias", precisa.